jueves, 23 de julio de 2009

Me bajé de su coche y cerré la puerta. Con un frío "nos vemos luego" terminó por cuarta vez lo que empezó una única vez, aquella noche de viernes cuando entre la oscuridad del cine decidí tomar su mano. ¿Cómo puede algo empezar una sola vez, pero terminar cuatro veces?Veinticuatro horas después de esta manifestación de tan redundante final, me siento en el banco frente la hierba humeda y bajo la luz del faro que ilumina el suelo. Me giro hacia atrás, veo a lo lejos el suelo oscuro, bañado de noche. Voy acercando mi vista, del horizonte a mis pies, y de repente me doy cuenta que el suelo está iluminado. Y puedo distinguir las líneas que bailan de un lado a otro, y se entrelazan y juegan, y se acercan paralelas, hasta casi hacerse una. Sí, la luz las cubre y cobran vida. Busco dónde nacieron, y no puedo encontrar esa frontera donde la sombra cede ante la luz. El inicio está difuso.La gente pasa y me ve, y piensa que estoy en la luz. Pero no es así. Justo antes de que las líneas lleguen a hacerse una, justo donde estoy parada hay una sombra, una sombra que yo misma cargo, que he venido arrastrando conmigo y a veces pareciera que nunca podré abandonar. Así, estoy postrada en la sombra, mientras me sigo preguntando cuándo empezó la luz, y por qué terminó de nuevo en sombra.Una ligera brisa acaricia mi rostro mientras observo la hierba bailando su verde coreografía. El olor a planta húmeda y viva llega hasta a mí al mismo tiempo que ese disco plateado tímidamente se asoma por un hueco entre las nubes. Y aprovechando la brisa que podrá servir de transporte a mis pensamientos, lanzo una pregunta al aire.¿Cuándo empezó todo?El frío metal del banco que me sostiene contesta que sí fue aquella noche en el cine.Las líneas juguetonas que ruedan en la hierba me observan y dicen que fue aquél desayuno que evitó que entráramos a clase.El foco blanco que me mira desde arriba, sin poder ver bien mi cara, insiste en que fueron aquellos encuentros casuales día tras día los que hicieron que algo pasara.La hierba que aún se adorna con gotas de la lluvia que ha terminado susurra que fue con aquella tarjeta que le mandé agradeciendo por... algo que no recuerdo ya.La luz de la lámpara lejana que sólo desafía a mis ojos sin atreverse a manchar mi cuerpo afirma que todo empezó con los grandes trazos de las letras "tqm" de aquella carta en la que me deseaba feliz cumpleaños y buena suerte en la obra de teatro.Y la Luna, abriéndose paso entre las nubes, se atreve a decir incluso que todo pudo haber empezado en aquél encuentro casual en el bus de regreso de la escuela.Tantas respuestas que provienen de bocas tan sabias, ojos que probablemente lo vieron todo manteniéndose en silencio, y que si no, hoy lo beben, beben esos recuerdos que caen al suelo en forma de lágrimas que inútilmente se intentan mezclar con los restos de lluvia que aún quedan, para tratar de pasar inadvertidas.Ante tan diversas respuestas a mis preguntas, me atrevo a inquirir una más.¿Por qué terminó?...La brisa ha dejado de soplar. La hierba deja de jugar. La luz se vuelve un pálido cono que cae muerto al suelo, junto a las líneas que han dejado de bailar, quedando inmovilizadas ya por el concreto gris.La respuesta no llega.En el camino a casa, me pongo a reflexionar sobre lo que han dicho tan versados testigos. Y no puedo distinguir si es que alguno de ellos realmente tiene la razón absoluta. Porque, así como la frontera de luz que me rodeaba nunca me quiso mostrar el punto de su verdadero comienzo, es verdad que lo que hoy me hace falta no puede ubicarse a partir de un solo evento. Y entonces el banco, las líneas, las lámparas, la hierba, todos tienen razón.Empezó muchas veces.Es por eso que debe terminar muchas veces más.

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