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La muchacha, sonriente, me mira y me compadece. Yo nombro a los mios, que durante siglos han habitado el pueblo donde nací. La muchacha se me planta delante seria, y como si pregara haciendo el señal de la cruz, me dice: << Hasta que hos vuelva el juicio que habeis perdido no volvereis a ver el palacio. Ya sabeis, aunque seais joven, que nuestro mundo es de maravillas.>>
Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que pisaba cristal y me sangraban los pies.
Y la muchacha era una anciana.